¿Sólo rumian las vacas?
Muchas veces, cuando vamos de viaje y pasamos por un prado podemos ver vacas pastando. Concretamente rumian: mastican la hierba, se la tragan, la devuelven a la boca, vuelven a masticarla, se la tragan… Y así en bucle. Sin embargo, ¿son las vacas los únicos seres vivos que rumian?
Por increíble que pueda sonar, las personas también rumiamos. Aunque lógicamente no lo hacemos con la hierba. En nuestro caso, podemos (y muchas veces solemos) rumiar nuestros pensamientos y problemas. ¿No te ha pasado alguna vez que algo te preocupa, le das vueltas una y otra vez sin parar, le dedicas incluso horas a esa preocupación… y al final no llegas a ninguna respuesta satisfactoria? Eso es lo que en Psicología llamamos “rumiación”.
Algunas de las características más generales de la rumiación son:
- Puede aparecer de repente, sin que la busquemos o sin haber sucedido algo directamente relacionado con ella.
- Suele tratar sobre acontecimientos pasados, presentes o futuros negativos; sobre problemas con los demás o con nosotros mismos…
- Dura mucho tiempo y es muy intensa.
- Tiene forma de bucle: le damos muchas vueltas, planteamos distintas posibilidades, imaginamos desenlaces ideales… pero acabamos volviendo a repetir constantemente el proceso desde el principio.
- Nos impide realizar otras tareas o concentrarnos correctamente en ellas.
- Suele asociarse a un malestar emocional intenso, ya sea en forma de tristeza, ira, frustración…
- Nos hace sentirnos incapaces de abandonarla por mucho que lo intentemos.
En esta dirección, cabe resaltar que el aspecto más fundamental de las rumiación es que no se dirige a solucionar el problema que nos preocupa, sino a “darle vueltas por el simple hecho de darle vueltas”: analizamos una y otra vez la situación, sus detalles, qué hicimos mal… pero nunca nos centramos en solucionarla o en resolver lo que podemos resolver en ese momento.
En muchas ocasiones la rumiación se debe a que nos preocupamos por cosas que ya han pasado y que no tienen solución, como sería por ejemplo la muerte de un ser querido. En otras, nos preocupamos por aquello que “puede pasar en el futuro”, y el nivel tan alto de malestar que sufrimos nos impide buscar y plantear soluciones, como si de alguna forma “nos nublara”. De hecho, en algunos casos podemos llegar a percibir la rumiación como un método para controlar nuestras preocupaciones, porque de alguna forma creemos que cuanto más nos preocupamos por algo, más nos preparamos para ello o más fácil es mejorar la situación al respecto. Sin embargo, la rumiación SIEMPRE es más negativa que positiva, y lejos de ayudarnos a resolver nuestros problemas los empeora. Por eso mismo tenemos que diferenciarla claramente de otros procesos como son el duelo, la reflexión… ya que estos tienen un comienzo y un final claros, y sobre todo, se dirigen hacia la solución del conflicto que nos hace algún daño.
Otro aspecto a destacar de la rumiación es que deteriora en buena medida nuestra calidad de vida. Por una parte, rumiar nos hace sentir mal y supone una fuente de estrés diaria e intensa. Por la otra, la rumiación puede derivar en que desarrollemos comportamientos muy problemáticos para “afrontar” esas preocupaciones, como la evitación de los problemas, el consumo de alcohol u otras drogas, la ingesta insalubre de comida como método para reducir el malestar, etc. Rumiar se puede volver hasta una especie de “estilo de vida”, en el que automatizamos tanto el acto que estamos continuamente centrándonos en lo negativo que nos pasa, sobreanalizándolo todo y haciendo aún mayor la probabilidad de rumiar en el futuro (con todos los efectos negativos que conlleva hacer un bucle de un bucle).
Finalmente, cabe mencionar que a pesar de que las rumiaciones suelen percibirse como cosas de adultos o incluso adolescentes (asociadas a la “vida adulta”, las responsabilidades crecientes…), lo cierto es que hasta los niños las sufren. En padres, muchas veces tratarán sobre temas como el trabajo, la estabilidad económica o las relaciones personales y familiares. Por su parte, las rumiaciones de los hijos suelen estar relacionadas con su rendimiento en el colegio, su imagen ante sus padres o sus amigos… “Soy un tonto que no vale para estudiar”, “no le caigo bien a los demás” o “mis padres no me quieren”. Es por ello que cuando somos padres, no tenemos que preocuparnos solo por nuestra tendencia a rumiar, sino que debemos de ser capaces de identificar si nuestros hijos también sufren este problema.
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